Ninguna violencia viene del viento

Sábado a la tarde, mes de noviembre. El calor tiene una progresividad que hace sentir en los cuerpos la proximidad al verano.  

Para algunes se trata de un sábado más dentro de la rutina, que la construcción social de los días es uno de los dos en que la rueda para por dos días. Para otres, se trata de una jornada especial, Boca y River, los dos grandes de multitudes, se enfrentan nada menos que por la final de la Libertadores. 

Manija es la palabra, en términos criollos, que una gran parte siente ante ese acontecimiento. La lluvia está mojando por otras partes del mundo, no sobre el estadio Monumental, por lo que ningún impedimento climático podía detener el evento, como lo había hecho en el partido de ida en La Boca.  

Miles de sujetes esperando con mera ansiedad el partido. Sujetes ante una vida de desamparo, miseria, desempleo en tiempos de ajuste del gobierno de Macri y el FMI, si es que no lo están bajo la explotación durante toda la semana, trabajando para ricos y no viviendo, sintiendo un vacío, una ansiedad, que significa una falta de sentido verdadero además del de poder sobrevivir en un mundo que produce mucha comida y mucha hambre. Sujetes de esta sociedad en que los aparatos son más valiosos y eficaces que las almas humanas, condenados a una depresión y a un hastío que aparece fácilmente si bajan la guardia de la frialdad. Mundo en el que solo les vale pensarse como individuos y el otro bien puede cagarse, que les tiene una promesa mejor, de felicidad, tanto que la ansiedad les carcome por algún día llegar a ella antes de ser recuerdo. Sujetes de vínculos y amistades caretas, de relaciones tensas y de sexualidad insatisfecha que expresan en realidad soledad. Vacío, futuro incierto. Y ante todo ello, locura patológica colectiva, Boca o River pueden salir campeón de la Libertadores, nada menos que contra su histórico rival. Todos estos efectos de la vida social ya no parecen tan terribles si hay copa, si se puede festejar en el Obelisco tomando vino, todo va a estar bien. Benedetto, en tu cabeza ponemos nuestra decepción, nuestra violencia contenida, nuestra falta de futuro laboral, nuestra baja autoestima. Armani, en tus manos ponemos nuestra soledad emocional, nuestro estrés, que los garcas de la empresa no nos quieran aumentar el sueldo. Y bien que lo hagan bien porque si llegamos a perder nos matamos, y los matamos, por pechofríos. 

Y así, en este hecho deportivos, las energías reprimidas se ponen sobre estos seres, de carne y hueso, que representan no solo a la camiseta de sus equipos, sino a la estabilidad psicológica de miles de fanáticos. Los grandes buitres mediáticos, que bien saben hacer el negocio con sentimientos populares, alimentan en sus voceros el espíritu de la superfinal. Así, los jugadores van hacia la cancha a representar a una parte del pueblo, una nación, contra otro, como bien vendría a ser una guerra. Hinchas de River que ven pasar al ejército enemigo en su micro Flecha Bus, arremete contra el cómo bien se lo hacía contra tanque inglés en Malvinas. Soldados heridos, batalla suspendida. Los medios buitres ahora ya no alimentan más el espíritu de la superfinal para ahora ser voceros morales sobre los inadaptados sociales.  

Mientras tanto, esos hechos indignan a quienes el fútbol no les resulta su escape perfecto, quienes que Boca sea campeón no les alegra sus vidas en absoluto. Les alegrará otras cosas, cual derechista rezará, cual izquierdista pensará en la revolución o mirará cine de autor. Bien claro está que la falta de compasión hacia la canalización popular frente al sufrimiento no es entendida desde distintos sectores. Por un lado, aquel sector más bien liberal, que no oculta su más repugnante clasismo, que ve en las clases populares un sujeto no pensante y en el fútbol su anillo perfecto, pensamiento bien sintetizado por Borges al afirmar “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Mientras tanto, aquel otro sector del que quizá cuesta más despegarse, el sector progresista tirado a la izquierda, clase media intelectual, que, a la inversa del pensador derechista, es el fútbol quien tiene la culpa que el proletario no piense, es el opio del pueblo que provoca que el trabajador esté en la tribuna en vez de organizando un soviet rioplatense. Cualquier semejanza con el tratamiento histórico de las izquierdas respecto a la religión es mera coincidencia. El proletariado, con conciencia de clase o no, ¿en el fondo quiere ser feliz, ¿no? 

Y así uno se pregunta que sería de esta final si el mundo no estuviese tan podrido, tan destruido. Sería un entretenimiento, una diversión, algo bien para pasar el rato, hasta un arte. Si River pierde que lastima y si gana mejor, mi vida total ya es libre, tengo mi pan asegurado, estoy bien acompañade, tengo una vida de tranquilidad, sin presiones. Pero todo es no tan así, y por eso, si River gana es la salvación y si pierde es la desgracia. Y el otro, Boca, el enemigo es quien viene a hacer lo posible por cagarme la existencia, a afianzar la marginación social y el vacío existencial que tengo. Por eso lo voy a agredir, por puto y cagón, le voy a tirar una piedra al micro y si un jugador pierde un ojo que se joda. Si estuviese bien, si estuviese tranquilo y si un partido de fútbol fuese intrascendente, ¿porque me iba a pintar tirarle una piedra a un micro, soy pelotudo acaso? Pero esto es la guerra, mi vida es una mierda, Boca es puto y se la voy a tirar porque así me siento más poronga y no el pelotudo marginal que la sociedad me hizo sentir.  

Y allí, los medios del odio y no solo ellos sino el gobierno al que defiende, interpreta esto como una marginalidad salida de la nada. Bien que Macri antes del partido se daba chapa de popular hasta llamando “culón” a Gallardo y hasta atreviéndose a proponer visitantes, y Patricia Bullrich canchereaba el operativo de seguridad comparándolo con el del G20. Y ahora, todos indignados porque de un repollo salió un ser a tirar una piedra y el partido no se jugó. Ser que justamente no salió de un agujero negro sino que dicha marginalidad fue provocada por las políticas que esos gobernantes provocaron. Esas sanguijuelas que le pegaron y le siguen pegando abajo al pueblo, pateándolo en el suelo hasta donde ya no puede ser. Y ese pueblo encuentra en Boca, River, San Lorenzo, Atlanta, Callejeros o el Indio Solari, es decir, en el aguante, un escape a esa frustración social. No por nada esa cultura del aguante, expresada en el fútbol y en movimientos como el rock barrial, tiene una relación directa con el auge del neoliberalismo, ese gran genocida institucionalmente aceptado. Estas formas de canalizar la opresión son, por parte de un sector progresista, romantizadas sin ver sus consecuencias, mientras que otro sector también progresista las condena de una forma muy clasista similar a que lo hace el pensamiento más gorila. Todo pensado en torno a la marginalidad y en su caso extremo en la violencia, siempre dada desde abajo como si el arriba no existiese. ¿Pero cuando nos atreveremos a ver la causa, la violencia provocada desde lo más alto y que fue la verdadera génesis del deseo de un tipo de apedrear un micro…?

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